La codicia humana. Reflexiones

“Todos buscamos reconocimiento. Lo que nos desgasta es vivir atados a la búsqueda de este reconocimiento”. 

Esta idea me remite a un documental que vi no hace mucho, que trataba el tema de la codicia humana. 

Codicia, esa ansia desmedida Cap. 1 y Cap 2. Del grupo Dw Documentals. Se puede encontrar en: https://www.dw.com/es/tv/codicia/s-32902 

En este documental se plantea que nuestra especie presenta altos índices de codicia que nos hacen estar permanentemente insatisfechos y queriendo siempre más y más. A partir de diversos ejemplos, observamos como la escalada para conseguir más objetos, más ganancias, más conocimiento, hasta más relaciones personales, más atención y por supuesto más reconocimiento, resulta ser un rasgo común en una buena parte de los humanos. 

De hecho, en este documental se demuestra empíricamente nuestra predisposición genética a la codicia, a partir de una sencilla prueba: 

Un grupo de personas es invitado a un experimento. En él, deben hinchar un globo de aire. Cuanto más grande consigan hacerlo, más dinero recibirán como recompensa. Así pudieron observar cómo la tendencia de muchos era inflar al máximo de sus capacidades, buscando la recompensa más alta, aún sabiendo que, si el globo petaba, perdían toda la posibilidad de beneficio. Así pues, el no conformarse, y buscar el máximo de ganancia, se veía reflejado en la actividad cerebral de estos participantes. 

Si bien es cierto que este carácter, ha permitido innovar y progresar en muchos aspectos, a nivel de evolución, esta codicia desmedida sólo ha hecho que generar abismales desigualdades entre la población, ha incrementado las injusticias haciendo que algunos acumulen sin sentido, mientras que otros no tienen ni lo básico para su supervivencia. 

No es lo que ya tengo lo que me satisface, sino el impulso de lo que puedo conseguir la característica que corrompe al humano. 

En sus niveles ontológicos, esta capacidad nos ha permitido sobrevivir como especie. Pero llevado a los extremos a los que nos enfrentamos actualmente, esta insaciabilidad ya sea en bienes materiales, o en reconocimiento social, ha transformado el humano en un animal codicioso, sin límites, con muchos egos luchando para quedarse con la mejor parte.

En el marco de la ecosociologia, esta característica debe ser preocupante. Pues los esfuerzos humanos no se dirigen a una repartición de bienes colectiva, que pueda ayudar a mejorar la vida de los sujetos en sociedad, sino que se dirige a la evolución individual, y a la mejoría particular de cada individuo según sus posibilidades. 

Nada que ver con valorar los recursos que nos rodean y repartirlos de forma equitativa, sino que en sociedades teñidas de capitalismo neoliberal individualizante, esta ansia codiciosa se ha convertido en una carrera hacía el exceso, que nos lleva deliberadamente a la continua insatisfacción y, por ende, a la propia autodestrucción como especie por exhaustividad. 

Siguiendo este hilo, quiero hablar de la paradoja de Easterlin, planteada por el economista Richard Estearlin. La primera reflexión que hizo fue de tipo global. Planteó una realidad que muchos conocemos: los países que tienen habitantes con mayores niveles de ingresos, no son los más felices. Y los países con menores niveles de ingresos no son los más infelices. Por lo tanto, felicidad y dinero no van de la mano. 

Pero Easterlin apunta a un hecho más importante. La relatividad de los ingresos. Resulta que la percepción de nuestras necesidades se verá afectada en relación a lo que tengan las personas de nuestro entorno. Así, podemos sentirnos felices con nuestros bienes, mientras nuestro alrededor este equiparado a nuestro nivel. Si el contexto tiene más, nuestra percepción será de pobreza y puede comportar entonces frustración e insatisfacción. 

Por lo tanto, la paradoja de Estearlin señala que la percepción de nuestro bienestar está condicionada directamente por la comparación que hacemos con quienes nos rodean. En otras palabras, el contexto es determinante para que el nivel de ingresos proporcione felicidad o no. 

Es lo que probablemente ocurre en los países más ricos. Por más que la mayoría de la población tenga sus necesidades resueltas, el despliegue de riquezas de las grandes élites económicas pone una sombra sobre el sentimiento de conformidad y felicidad. A su vez, en los países pobres en los que la gran mayoría tiene un nivel bajo de ingresos, quizás es más fácil que florezca la felicidad entre iguales. Aunque esta, como bien sabemos, puede dificultarse si las necesidades básicas en estos países más pobres no están resueltas.

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